jueves, 17 de julio de 2014

¿Y ahora qué?

Luke estaba perdido. Le costaba admitirlo. Concretamente, le había costado un par de años admitir que había metido la pata hasta el fondo. Hasta que su alma no estuvo completamente encadenada sin poder ser libre debido a que Cronos había invadido su cuerpo, no se había dado cuenta. Por eso de vez en cuando, Cronos perdía el control. Había una fuerza mucho mayor que el espíritu de Cronos. El amor.

Y eso que él nunca había creído en esos tópicos, pero siempre había hecho lo que había hecho por una persona. Se dio cuenta entonces de que había estado mal. Cuando quieres hacer algo por alguien y en el proceso le hieres, pierdes toda tu heroicidad.

Ya ni recordaba los años que hacía que había conocido a Thalia, pero desde entonces ambos habían cambiado mucho y habían pasado por demasiadas cosas. Tantas que una persona normal no habría seguido cuerda. Pero todo ese tiempo, una cosa mantenía a Luke despierto, y era Thalia.

Su sonrisa, la cual rara vez podías ver era deslumbrante. Los hijos de Zeus no acostumbran a sonreír, pero a Thalia no había nadie que le hiciera sonreír más que Luke. Todos los años que pasaban huyendo, él se aseguraba de que ella siguiera sonriendo.

Todas aquellas veces que se habían abrazado y ambos se sentían seguros... Thalia porque sabía que Luke le protegería y Luke porque tenía la certeza de que mataría a un ejército entero con tal de que Thalia estuviera a salvo.

Todas aquellas noches que Luke se había pasado llorando escondido en el Campamento Mestizo después de que Thalia se convirtiera en pino. Las lágrimas que derramó cuando tuvo que envenenar al propio pino...

Pero lo peor... El dolor que sintió cuando Thalia le miró a los ojos llorando, viendo en lo que se había convertido, sabiendo que nunca podrían estar juntos. Ahora él era del bando enemigo y ella acabó uniéndose a las cazadoras, sin poder romper su voto.

Había hecho una promesa. La promesa de que nunca dejaría que Thalia sufriera. Que nunca dejaría que sus preciosos ojos azules derramaran ni una maldita lágrima. Y él mismo había sido el causante de que esto ocurriera. Se sentía como si todo el ejército de Cronos le hubiera apuñalado uno a uno en la espalda. Y él ya no tenía motivos para seguir adelante.

Aquella cara que tantos recuerdos del pasado le traía... Ya no podía volver a mirarla fijamente nunca más. No podía mirar a la chica a los ojos sin derrumbarse y echarse a llorar. No es que ya no tuviera motivos para seguir. Es que ya no podía seguir. Todo y absolutamente todo estaba perdido para él.

Sólo había una salida y él lo sabía. Sólo había una forma de salvar a Thalia y que nunca más sufriera por sus estupideces. Desaparecer. Luke sólo quería lo mejor para ella, y lo mejor para ella era que él desapareciera. Para siempre.

Sólo una salida.

Empuñó el cuchillo maldito, aunque no conseguí manterlo firmemente.. Le echó una última mirada a la chica. En ese momento, volvió a sentirlo. Volvió a sentir que podía enfrentarse a un ejército entero. Eso le dio el valor y la fuerza para continuar. Su mano dejó de temblar por fin. Una lágrima recorrió el rostro del chico, antes de que con un ágil movimiento se hundiera a sí mismo el cuchillo en la carne.


sábado, 17 de mayo de 2014

"Vida"

El día allí era oscuro, no muy diferente a como estaba siempre. Allá abajo, nadie era capaz de diferenciar el día de la noche, aunque Nico calculaba que eran las dos de la madrugada. Rodeaba el río Estigio. El insomnio era uno de los muchos problemas que cargaba encima. Ahora lidiaba con los recuerdos, los recuerdos de cuando, años atrás, lo había llevado allá mismo para ayudarlo. Todo, al fin y al cabo, le recordaba de alguna manera a él.

Sabía de sobra que Percy era distinto a él, pero tampoco podía hacer mucho al respecto y no se atrevía a decírselo a la cara, aunque probablemente la mayoría de personas que les veían juntos lo sabrían. Nico actuaba diferente cuando él estaba cerca y eso lo podría notar cualquiera... Cualquiera menos él, claro.

Observaba las negras aguas fluir por el río, meditando, pensando para sus adentros. Tantas veces había querido bañarse allá... Si moría, tampoco es que le importara demasiado, y si sobrevivía... Bueno, al menos no se sentiría tan inútil y alguien se fijaría en él. Sacudió la cabeza. Prefería no pensar en aquello.

Tiró una piedra al río, que rebotó varias veces en la superficie antes de hundirse.

Un amigo. Percy sólo era un amigo. Lo sabía, pero nunca conseguiría creérselo sin que le hiciera daño. Todo por lo que habían pasado, todas aquellas experiencias que les habían llevado hasta allí... Todo lo que él le hacía sentir.

Ese cálido fuego, como el que una vez sintió cuando estaba junto a Hestia. Ese fuego acogedor, del que no te puedes desprender. Esas ganas de no separarte nunca de una persona, algunas veces porque no sabes cuándo la volverás a ver. Esa luz que le guiaba cada vez que se perdía. Esos brazos en los que sentía seguro. Esas ganas de vivir que le proporcionaba, motivos por los que sonreír... Cuando estaba con él, sentía vida.

Pero Percy ya tenía a otra persona. Una persona mejor que él, que podía hacerle reír, una persona que para él sería maravillosa. Una persona que a lo mejor le hacía sentir algo parecido a lo que él mismo sentía.

Estaba perdido. Las lágrimas recorrían sus mejillas. Sin él, estaba perdido. La mejor persona que jamás había conocido. Una persona que nunca podría estar a su lado. Sin él, todo era diferente. Más oscuro. Sin él, tenía miedo. Y siempre, siempre... estaría sin él.



viernes, 16 de mayo de 2014

"Un vacío que llenar"

Percy se giró de repente, justo a tiempo para coger a Annabeth en brazos antes de que se desplomara sobre el suelo. Tenía una herida bastante profunda en el hombro. Miró al frente para ver cara a cara al artífice de aquello. Ethan Nakamura. Aquel maldito estúpido la había herido y podía sentir toda la rabia fluyendo a través de su propio cuerpo. Lo que pasó luego no se sabe muy bien. La ira le emborronó la vista, y cuando recobró el sentido, el ejército contrario se había retrasado y él estaba volviendo al hotel donde sus amigos se habían llevado a Annabeth.

Esperó angustioso hasta que ella despertó al fin, después de un tratamiento por un hijo de Apolo y la dosis justa de néctar y ambrosía. Ambos se miraron durante un buen rato, incapaces de decirse nada el uno al otro. ¿Qué había que decir? Ambos sabían muy bien lo que había pasado. Annabeth había arriesgado su vida por Percy, igual que él lo hubiera hecho por ella. Pero no, no podía ser. Percy en el fondo estaba furioso con ella.

-No lo vuelvas a hacer. Nunca. -Le espetó Percy.

-Bueno, yo me esperaba un "gracias". -Le respondió ella.

-Annabeth. Hablo en serio. -Su tono de voz se había vuelto más severo de lo que ella había escuchado jamás.- No quiero que vuelvas a hacer eso nunca más en tu vida, ¿de acuerdo?

-Percy... Tenía que hacerlo. Y sabes que tú hubieras hecho lo mismo. ¿Por qué diablos no debería haberlo hecho?

-¡Porque si tú murieras, una parte de mí moriría contigo! -Dijo él, gritando, aunque le había salido solo. No pretendía enfadarse con ella ni mucho menos.- Porque tú eres todo lo que tengo en este momento... Y si tú dieras tu vida por mí, Annabeth... Yo, sinceramente, no sé qué haría. Mi vida dejaría de tener sentido. Yo sí que daría mi vida por ti, pero porque tú eres lo que le da sentido.

Annabeth se quedó boquiabierta. Llevaba tiempo sospechando lo de Percy, pero tampoco se habían mostrado los sentimientos así. Aunque en parte lo comprendía. Aquella podría ser la última vez que se vieran con un ejército tan poderoso como el de Cronos yendo directo hacia ellos. Y cualquier cosa que quisiera ser dicha, debía decirse pronto.

A pesar de toda la destrucción, la sangre y el caos que reinaba en el hotel, para ambos no existía nada más que el amor entre ellos. Lo único que era capaz de darles fuerza, de animarles a seguir. En parte, aquel golpe no mortal que le había asestado Ethan había servido para algo. Para equilibrar la balanza. Ahora tenían un motivo más por el que luchar. Iban a luchar por ellos.

-Por favor, prométemelo. -Dijo él, serio todavía.

-Percy...

-¡Prométemelo!

-No puedo... -En aquel punto, ella no entendía cómo aún no había estallado en lágrimas.- Percy, lo siento... No puedo prometerle a una persona a la que quiero que no voy a cuidar de ella, que no estaré ahí para ella siempre... Tu muerte dejaría en mi vida un vacío... Un vacío que dudo que nunca pudiera ser llenado. Lo siento, pero no te voy a prometer nada así.

La ira recorría el cuerpo de él. Le pegó una patada a una silla que había por allá. No podía estar más frustrado, pero en el fondo no podía culpar a Annabeth. Una vez se hubo relajado un poco, se acercó y la abrazó, con los ojos llenos de lágrimas, disculpándose.

El que prometía entonces era él. Prometía cuidarla. Prometía salvarla si la situación lo requería. Aunque salvarla significara sacrificarse él. Por ella, al fin y al cabo, haría lo que fuera. Ella, como si lo hubiera intuido, como si le leyera la mente, sonrió, sintiéndose segura en sus brazos, hundiendo la nariz en su cuello, como hacía cada vez que se abrazaban. Con aquello, Percy lo tenía claro. Sabía que iban a ganar la guerra. Sólo con eso, ya estaba preparado para derrotar él solo a todo un ejército.




jueves, 15 de mayo de 2014

"Los dioses no lloran"

Eso decían todos. Que no podían llorar. Que eran fuertes. Que podían con todo y con todos. Existen miles, cientos de leyendas sobre las lágrimas de los dioses, pero una cosa era clara... Si los dioses eran cien veces más que humanos, sentían claramente cien veces más.

Tal vez un dios no se moleste en mostrar sus sentimientos de esa forma hacia un simple humano, hacia uno que acaba de conocer, pero Zoë nunca había sido una simple humana.

Desde el principio se había unido a sus cazadoras y había sido una de las mejores, llegando al puesto de lugarteniente. Llegando al puesto de amiga, de confidente. Llegando a ser la única persona que Artemisa tenía a su lado, la única que parecía comprenderla. La única que la hacía vulnerable... Y eso era impensable.

Tantas veces había intentado separarse de ella para protegerla que ya había perdido la cuenta. Miles de años a su lado que se terminaban allí. Frente a sus ojos. Con el cuerpo inerte de la única persona a la que alguna vez había querido. Una persona que siempre quedaría grabada en las estrellas. Una persona que no podía caer en el olvido. Una persona que cada día durante cientos, y cientos, y cientos de años había demostrado su valor mucho más que cualquier dios.

Y esa persona, tal impresionante... Estaba mirando al infinito con sus ojos sin vida. Mirando a las estrellas que se alzaban sobre ella, brillando, ardiendo en alguna parte a millones de kilómetros.

"Artemisa hizo un cuenco con la mano, cubrió la boca de Zoë al tiempo que decía unas palabras en griego antiguo. Una voluta de humo plateado salió de los labios de la cazadora y quedó atrapada en la mano de la diosa. El cuerpo de Zoë tembló un instante y desapareció en el aire. Artemisa se incorporó, pronunció una especie de bendición, sopló en su mano y dejó que el polvo plateado volara hacia el cielo. Se fue elevando, centelleó y se desvaneció por fin. Durante un momento no ocurrió nada. Las estrellas se habían vuelto más brillantes y formaban un dibujo en el que nunca había reparado: una constelación rutilante que recordaba a la figura de una chica... una chica con un arco corriendo por el cielo."

El dolor de Artemisa en aquel momento era insoportable. Minutos antes había estado sosteniendo el peso del cielo sobre sus propios hombros, y lo prefería sostener el peso de la muerte de alguien tan importante para ella como Zoë. Ahora no era más que un recuerdo.

Pero a partir de aquel momento, Zoë definitivamente, nunca se se separaría de ella. Cada noche que Artemis montara en el carro de la luna, observaría aquella constelación tan cerca como podía estar, y entonces recordaría a su amiga, tan cerca como en una época la había tenido. Y en las noches más oscuras, miraría hacia ella y tendría valor suficiente para enfrentarse a cualquier cosa.

Zoë, al fin y al cabo, había sido la que la había apoyado durante todos aquellos años. La única persona a la que había conseguido querer.